Lo hizo como forma de apoyar al establecimiento en momentos difíciles. Y no se olvidó de la propina.

Los hermanos Juli y Pili Bernal son desde hace diez años los propietarios del bar Can Juli, en Granollers, Barcelona. Es el típico barcito de barrio, con cerveza a buen precio, menú del día y una clientela regular y estable, integrada especialmente por gente de la zona.

“Normalmente tenemos cinco mesas dentro y otras tres en la puerta. Suele venir gente que trabaja por aquí: el de la tienda de aluminio, la de la peluquería… Mi hermano es el cocinero y a mediodía tenemos un menú de 9,80 con platos caseros: lentejas, garbanzos… y, los jueves, paella”, explica Pili en declaraciones a la Cadena Ser.

“Con la segunda cerveza ya les pregunto el nombre. Me gusta tratar a la gente de tú a tú”, señala la propietaria, destacando el ambiente familiar de su cantina.

Como a todos los establecimientos gastronómicos de España, la rigurosa cuarentena que se impuso en el país puso a Can Juli en una situación complicada. A diferencia de otros bares, ellos decidieron cerrar del todo, sin contemplar la venta por repartidor, ya que nunca fue su modo de trabajo. Sin embargo, procuraron mantener el vínculo con sus parroquianos. “He hecho videoconferencias con clientes y me he tomado cañas (cervezas) con las de los sábados. Alguna, con 90 años, tenía muchas ganas de vernos”.

Mientras duró el confinamiento, acordaron con el dueño del local una rebaja del 50% en el alquiler. “Siempre dice que no quiere nos vayamos nunca”, comenta Pili.

Cuando llegó la ansiada oportunidad de reabrir las puertas, Juli y Pili recibieron de inmediato diversas muestras de afecto por parte de sus parroquianos. Y uno de ellos hizo algo inesperado.

“Se acercó al bar con un papel y dijo: ‘Juli, tengo que hablar contigo’. Y claro, mi hermano pensó que le habría pasado algo… Pero no. Le enseñó sus cálculos”, explica la camarera catalana.

“Como había dejado de venir 36 veces y siempre se gastaba 2,50, ¡pues 90 euros! Al principio mi hermano no quería tomar el dinero, pero él insistió mucho. Le dijo que lo que había pasado era muy fuerte y que, aunque no se hubiera tomado esas cañas, quería ayudar. En el sobre, de hecho, había 100 euros, no 90”. Los otros diez eran de propina.

“Solía venir 2 o 3 veces a la semana a tomarse una caña y leer el periódico, pero yo sé que le gustan las tapas y, en vez de una, le ponía dos. Luego le decía que era 1,30, pero él respondía que no podía ser y nos dejaba 2,50. ¡Es muy agradecido!”, explica la barista

“Cada mañana, gracias a cosas así, te entran ganas de ir trabajar”, concluye.

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